Estos días estrenan la película
Nebraska, un clásico road movie, filmado
en blanco y negro en la América profunda, con
personajes rudos y paisajes desiertos. Narra la historia de un viejo, Woody
Grant, que recibe una carta publicitaria en la que le dicen que ha ganado un
millón de dólares, si se presenta en Nebraska con la carta y realiza unas
suscripciones a las revistas de una editorial. El hombre, estragado por la edad
y el alcoholismo se lo cree. Intenta marchar caminando hasta allí para cobrar su dinero, pero la
policía le recoge en la carretera y le devuelve a su casa una y otra vez. Su hijo se apiada de él,
al darse cuenta de que su obsesión no se le va a quitar, y decide llevarle en
coche hasta Lincoln, capital del estado de Nebraska, para recoger su “premio”.
En el camino tienen diversos accidentes y
acaban pasando unos días en el pueblo donde nació Woody, donde visita a sus
antiguos amigos y a sus numerosos hermanos y familiares. Es una visión
inigualable y profunda de esos desolados pueblos de Norteamérica y de sus habitantes.
Pero la historia no nos cuenta realmente eso, sino que al hilo de esos
encuentros y de los kilómetros que recorren, vamos conociendo poco a poco la
vida dura de ese hombre, y cómo su hijo va comprendiendo la tragedia, la
bondad, la tristeza y los deseos frustrados de su padre al que queda poco
tiempo de vida. Es una historia triste y preciosa, plagada de detalles de humor. Bruce Dern, un eterno actor
de reparto de papeles secundarios, está soberbio en el papel de Woody.