Hace unos días una amiga americana,
que volvió a Madrid después de bastantes años, me dijo que encontraba que la
ciudad estaba peor que nunca. Yo me extrañé al principio al oír esta
afirmación, y le recordé las mejoras de todo tipo que tenía la ciudad desde su
última visita. Ella me lo aclaró: “es la gente que va por la calle, está
triste, seria, preocupada, lúgubre. Ya no habla ni ríe como años atrás”. Hacía
más de diez años que ella no venía y me pregunté qué es lo que había cambiado
desde entonces.
Y han venido a mí los recuerdos
de las calamidades que venimos sufriendo: el atentado de los trenes de Atocha, del
año 2004; la desilusión reiterada de los sueños olímpicos ; los ataques
nacionalistas del resto del país; la crisis económica del año 2008 y sus inacabables
secuelas del paro y la pobreza; las deudas del Ayuntamiento; los pobres y los
emigrantes sin futuro que pueblan nuestras calles; los desahucios; las empresas
y las tiendas que cierran; los servicios públicos que no responden cuando más
se necesitan. Y también está la impotencia y estupidez de los políticos que
pueblan nuestra capital, que son la peor corrupción, lo que se une a su
deshonestidad; el fraude de algunos ciudadanos se une a la desidia y la
desmoralización de muchos funcionarios, que tanto abundan aquí. Y los
madrileños vemos con claridad meridiana que el poder y el dinero campan a sus
anchas; y nos lazamos a la calle a manifestarnos contra todo, cada vez con
mayor frecuencia: el 15 de mayo en la Puerta del Sol, esa protesta que duró
tantos meses; paros en la sanidad, protestas por la educación, los transportes en
huelga; acudimos al Congreso a increpar a unos diputados idiotas y que no
tienen vergüenza; en las fiestas nocturnas, hay peleas callejeras o algunos jóvenes
encuentran la muerte por la codicia de unos viles.
Es verdad que leyendo los
periódicos agoreros y paseando por las calles alteradas o grises, sólo parece
que existen desgracias, problemas y tristeza, que ya no tenemos fuerzas para sonreír,
bailar o beber, sino que sólo protestamos y estamos frustrados.
Pero no nos dejemos deprimir por las
noticias en los medios. Porque hay mucho más. Si miramos atrás veremos que igual
que esta ciudad hoy está triste y herida, también pasamos en Madrid tiempos peores,
de odio y de guerra, de hambre y de postguerra, de crisis. Pero aquellos
problemas quedaron atrás y las heridas sanaron. En el periódico leo un artículo
denominado Unos americanos en Madrid,
en el que se habla de los escritores americanos que situaron aquí sus novelas
(Hemingway, Saul Bellow, Barbara Probst Solomon, John Dos Passos…). Algunos de
ellos, como Jenny Ballou, vivieron el Madrid de antes de la República, que como
ahora estaba plagada de protestas; otros como Dos Passos, sufrieron el Madrid
asediado por la guerra y otros, como Hemingway, dejaron en sus obras la crónica
de la postguerra. El escritor Ben Lerner
ha puesto de moda Madrid en Estados Unidos con su obra Saliendo de la estación de Atocha. El novelista Shteyngart piensa
que en esta ciudad “la fiesta no es que no se acaba, es que es infinita”.
Hay días que uno siente que aquella fiesta hace tiempo
que se acabó y que no se repetirá. Pero debemos mirar adelante. No hay nada escrito. El futuro que parece
amenazarnos depende sobre todo de lo que nosotros hagamos. Salgamos a la calle,
no sólo a protestar, sino a encontrarnos con los amigos, a pasear, a ver
exposiciones, al cine o al teatro. Y si hace mucho frío siempre queda la fiesta
interior, quedándose en casa leyendo un buen libro, escribiendo cartas a los
amigos que están lejos o escuchando buena música.