domingo, 5 de mayo de 2013

RODRIGUEZ

Este fin de semana he visto una película magnífica. Se llama Searching for Sugar Man. La historia que cuenta es bastante sencilla. Un cantautor americano de origen hispano, llamado Sixto Rodríguez (Detroit, Michigan, 10 de julio de 1942), grabó a principios de los 70 dos discos en los que cantaba sobre los marginados, los rebeldes, los fracasados y la fría realidad. Como no tuvo ningún éxito, abandonó la vida pública, se dedicó a su oficio de albañil, se casó y tuvo tres hijas, a las que intentó educar en el mundo de la cultura, los libros y el arte. Vivió pobremente el resto de su vida, aunque sin perder su conciencia social.
 
Eso sería todo, si no fuera porque al otro lado del mundo, en Sudáfrica, Rodríguez contaba con muchos entusiastas y adeptos, que le habían convertido en un autor de culto. Entre ellos corrían múltiples historias sobre su suicidio en los escenarios. En 1991, sus discos fueron reeditados en ese país y llegó vender miles y miles de copias. Rodríguez no sabía nada de su éxito al otro lado del mundo, ni había visto un dólar de todo el dinero que su música generaba. Un vendedor de discos y un crítico musical de Sudáfrica se pusieron a investigar sobre Rodríguez y sobre su muerte, pero apenas lograron averiguar nada. Un día, su hija vio en Internet la página web que éstos habían dedicado a su padre y se puso en contacto con ellos. A partir de allí Rodríguez se encontró con sus seguidores sudafricanos y australianos, y volvió a cantar en público, casi sexagenario, una serie de conciertos absolutamente multitudinarios.

El documental que cuenta esta historia es simplemente maravilloso, bien contado y emocionante. La música de Rodríguez acompaña todas las escenas y uno sale del cine con ganas de ir a comprar sus discos. Yo les dejo aquí con su música, pero no se pierdan la película. Para los escépticos les diré que ha ganado un Oscar.

sábado, 27 de abril de 2013

EL PINTOR QUE ESCRIBÍA EN SUS CUADERNOS

Hoy quiero hablarles de una hermosa exposición que la Fundación Juan March ha inaugurado en Madrid con el título de Paul Klee. Maestro de la Bauhaus. En ella se exponen obras de uno de mis pintores favoritos. Se centra en los cuadernos que escribió minuciosamente cuando comenzó a dar clases en la famosa escuela de arte y diseño, creada por Walter Gropius en la Alemania de entreguerras. Si sus dibujos, acuarelas, oleos y grabados son asombrosos, cuando uno observa sus cuadernos de apuntes, que contienen toda una teoría sobre el arte, como notas de sus clases, descubre la minuciosidad y el cuidado propios de las cuentas de un ama de casa burguesa, o de un libro de recetas.

Y ahondando un poco en su vida (1879-1940) nos percatamos que el bueno de Paul Klee escribió diarios desde que 1898, en los que reflejaba minuciosamente sus deseos de desarrollar su personalidad y de experimentar la vida, sus reflexiones filosóficas y estéticas, sus aspiraciones a llevar una vida de artista y los sucesos cotidianos. Cuando en 1906 se casó con Lily Stumpf, se fue a vivir con ella a Munich. Ella era pianista y vivían de lo que ganaba dando clases. En 1907 nació su único hijo Félix. Klee lo cuenta así:

“El asunto duró treinta horas(...) Durante mucho, mucho tiempo no se hizo uso de los forceps(...) Cuando llegó el doctor Ashton dio ímpetu a las cosas. Lo curioso es que yo no pensaba para nada en un niño, sino en mi mujer que tenía que estar sufriendo.
La operación y el malestar; no supe de nada más. Y eso que ayudé y eché gotas sobre la máscara porque la anestesia la había dejado inquieta y porque los tres, los dos médicos y la comadrona, estaban ocupados a más no poder. Y cuando llegó el bebé, "un muchachito", estaba yo asombrado de que no se fuesen todos tranquilamente, sino que por el contrario se formó un nuevo centro de atención. Los primeros en irse fueron los doctores y nosotros nos quedamos sentados. La señorita Singer y yo, contentos de que ya hubiese pasado todo. El niño estaba bien envuelto y dormía. Cuando la partera, una dama joven por cierto, no una vieja comadrona, también emprendió la retirada, nos quedamos como una verdadera familia.”

Klee se hizo cargo del cuidado de su hijo. En sus diarios llevó durante su primer año de vida un “Calendario-Félix”, en el que mes a mes registraba el peso del niño, los primeros dientes, el desarrollo motor y las primeras palabras. Cuando en 1909 sufrió una enfermedad grave, anotó día a día la temperatura, las visitas de los médicos y los medicamentos recetados. Si atendemos a su diario Lily apenas tomó parte. Él también se encargó casi por completo de los trabajos y de la educación de su hijo y asumió el papel de ama de casa, apartándose de las convenciones burguesas de aquel tiempo. Este hecho, que hoy se empieza a aceptar, a principios de siglo era excepcional. Hasta 1915, pasaba cada verano con él en Berna, con sus hermanas y sus padres, lo que le permitía tener más tiempo para él, mientras Lily se quedaba en Múnich.

Los diarios, que cubren 20 años de su vida, fueron reescritos y corregidos en 1911, año en que inventarió sus trabajos en un índice de obras. Sin escatimar esfuerzos, fue ordenando poco a poco el monto de obras producidas hasta esa fecha, incluyendo algunos dibujos infantiles. Cada año comenzó con una nueva numeración, distinguiendo las obras que habían sido hechas al natural de las inventadas libremente. Y las que tenían un carácter especial por suponer un cambio en su trayectoria.

Cuando fue contratado en 1920 como profesor de la Bauhaus, ya había adquirido reconocimiento como artista. Inició su actividad docente en 1921. Su hijo Félix, de 14 años, fue el alumno más joven de aquella escuela. Klee tenía ideas muy precisas sobre el empleo del color, de la línea, de la forma, de la naturaleza y del movimiento. Ideas que fue reflejando minuciosamente en unos cuadernos de apuntes que le servían para preparar sus clases y que son parte del objeto de la exposición. Esos cuadernos reflejan su personalidad cuidadosa, de amanuense de la belleza, de amante del trabajo bien hecho, prolija en los detalles, precisa en los conceptos. Y esa disección analítica, ese trabajo teórico y práctico de años de esfuerzo y aplicación, cristaliza en una obra de una belleza fulgurante y en parte incomprensible. Sus obras reflejan la magia de la forma y del color que constituyen un ejemplo único en el arte del siglo XX.  Recorrer la exposición constituye un auténtico placer, sólo empañado por mi absoluto desconocimiento del alemán. No se la pierdan.

domingo, 3 de marzo de 2013

EL ARTE DE CONTAR Y DE ILUSTRAR CUENTOS

Dorothea Viehmann
Estos días en Madrid se puede visitar, en la sala del Canal de Isabel II, una exposición de grabados, realizados en 1969 por David Hockney, que ilustran algunos de los cuentos de los hermanos Grimm. Son hermosos y misteriosos esos grabados.

Al comenzar la exposición uno se encuentra con un homenaje del artista a Dorothea Viehmann. Es esta que aparece en la imagen. Fue una cuentista alemana. Her stories were an important source for the fairy tales collected by the Brothers Grimm .Nació, como Dorothea Pierson, el 8 noviembre 1755 en Rengershausen. Sus antepasados ​​paternos eran franceses, y fueron perseguidos por profesar la fe protestante (hugonotes). Huyeron a Kassel (actual estado de Hesse). Ella era hija del propietario de una taberna. A medida que creció, Viehmann recogió numerosas historias, leyendas y cuentos de hadas que contaban los huéspedes y los invitados de su padre. Debido a su origen, muchas de sus historias se basaban en cuentos de hadas franceses.
Dorothea Viehmann contando cuentos a los hermanos Grimm
En 1777 Dorothea Pierson se casó con el sastre Nikolaus Viehmann quien murió diez años después. Tras de la muerte de su marido, tuvo que ganarse la vida y sacar adelante a sus siete hijos con la venta de los productos de su huerto en el mercado local. Desde 1787, vivió en Niederzwehren, que hoy forma parte de la ciudad de Kassel.
Allí la conocieron Jacob y Wilhelm Grimm en 1813. Por aquel entonces estaban escribiendo un diccionario y, en el proceso de búsqueda de vocablos y de sus fuentes, se toparon con esta mujer, que les contó veinte cuentos en un lenguaje sencillo. Los hermanos quedaron tan impresionados que los transcribieron palabra por palabra mientras la mujer los iba contando. Después encontraron otros doscientos cuentos procedentes, seguramente, de otras diez o quince personas y los recopilaron.  Wilhelm Grimm escribió sobre ella diciendo que se trataba de una suerte increíble que él y su hermano hubieran conocido a esta mujer. Los hermanos estaban especialmente impresionados de que Dorothea pudiera volver a contar sus historias una y otra vez sin cambiar una palabra.

Niño dentro de un pez. David Hockney
La mayoría de los cuentos de Dorothea Viehmann fueron publicados en el segundo volumen de cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Ellos no mencionaron su nombre ni el de los otros cuentistas cuyas historias orales transcribieron. El retrato que encabeza esta portada fue realizado un hermano suyo Ludwig Emil Grimm. Murió el 17 noviembre 1816, siendo una auténtica desconocida, aunque hoy en su aldea la recuerdan y le rinden homenaje.

Ilustración de David Hockney
Uno lamenta que se haya perdido el arte de contar cuentos, porque con él se abría un mundo mágico, que también existe entre nosotros y que hablaba de bosques escondidos, cuevas subterráneas, mares profundos, extraños personajes.... Y aunque no creo que esos cuentos fueran pensados o inventados para los niños, a todos los que nos han contado cuentos en la infancia nos queda un sereno recuerdo para toda nuestra vida, que nos acaricia como un rayo de sol, en cualquier parte que nos encontremos. Los cuentos tienen una dulzura propia y poesía auténtica, y su ambigüedad se puede interpretar de diversas maneras.
 
Ilustración de David Hockney
Debía de ser una experiencia especial sentarse al amor de la lumbre, después de cenar, a escuchar a los viejos de la familia o de la aldea a contar las historias que ellos habían escuchado antes de sus mayores. Así se transmitían los cuentos en el pasado, de manera oral, a través de generaciones. Algunos cuentos viajaban traspasando las fronteras, como los cuentos franceses de Dorothea. Algunos escritores, como los hermanos Grimm o Perrault, publicaron algunos, otros se han perdido…


Y también se ha relegado la importancia del arte de ilustrarlos. Los dibujos animados de la industria de Walt Disney vulgarizaron la iconografía de aquellos cuentos y arrasaron definitivamente con una bella tradición ilustrada que respetaba su sentido. Hasta entonces los ilustradores de los cuentos de los hermanos Grimm, como Otto Ubbelohde, que ilustró una famosa edición de principios del siglo pasado, habían sabido captar el sentido antiguo y sabio de aquellas historias en ocasiones siniestras, en ocasiones, mágicas, morales o costumbristas. Y recogiendo esa rica tradición, hoy podemos contemplar de nuevo la magia y el misterio del arte y de ilustrar de contar cuentos, que Hockney nos devuelve con unos bellísimos grabados. Ejemplar manera de despreciar la banalización de los filmes de dibujos animados de ese nefasto Disney, vidrioso ser que acaparó el imaginario de casi todo un siglo y sobre cuya biografía, llamada Un americano perfecto, se ha compuesto una buena ópera con música de Philip Glass, que se ha estrenado recientemente en el Teatro Real de esta ciudad.
Ilustración de Otto Ubbelohde

domingo, 10 de febrero de 2013

LA BIBLIOTECA DE LOS SUEÑOS

En esta ciudad atribulada todavía pasan cosas hermosas. Hace tan sólo unas semanas Ana María Matute inauguró una nueva biblioteca pública municipal en el distrito de Carabanchel, en Madrid. En la inauguración pronunció palabras de gran belleza y verdad. Por eso quiero reproducirlas aquí:

“Solamente hacer hincapié en lo orgullosa que estoy, en lo contenta y emocionada que estoy de que hayan puesto mi nombre a esta biblioteca. Para mí una biblioteca es como el lugar donde vivir, es el lugar donde yo me siento mejor siempre. Entrar en una biblioteca para mí es eso, encontrarme en mi hogar más mío… Suelen ser luminosas, esta es tremendamente luminosa, pero esa luz, ese sol de invierno que acompaña a las bibliotecas normalmente, no sé por qué, siempre los veo en invierno.
“Yo recuerdo la primera vez que entré en una biblioteca, la emoción que sentí. Era el silencio hecho de palabras, de palabras calladas que nos habían dejado y que nosotros teníamos que conservar como un gran tesoro, como lo mejor que tenían. Yo he pensado a veces que si yo no fuera escritora sería bibliotecaria, me encantaría. Estaría entre mi familia siempre… Ordenar los libros, catalogarlos, mirarlos, acariciarlos, ponerlos algunos al lado de según qué otros. Porque a veces los escritores se odian, sí mucho, pero sus libros no. Es curioso, los libros no se odian. Pueden tener ideas distintas, pueden hablar de cosas completamente diferentes pero no se odian. Podían aprender los escritores de sus hijos-libros bastante.
“Dicho esto, solamente quiero decir que tenemos aquí un patrimonio, el mejor patrimonio que se puede dejar a un pueblo, a unos hijos, esta gran herencia de nuestra lengua, de nuestros escritores, de nuestras ideas, de nuestras palabras en este mundo de papel. Ya sé que el papel se está acabando, pero yo creo que nunca se acabará. El libro en papel todavía tiene su vigencia; el olor, el ruidito de las hojitas la pasar, todo eso no te lo da una tableta. Espero que continúe durante muchos, muchos años. Y de todas maneras si no, pues tendremos tabletas también, y habrá una biblioteca de tabletas o de discos o de lo que sea. Bueno, el caso es que se lea, es que se transmitan palabras, palabras que no por estar encerradas y silenciosas, no dejan de ser grandes e importantes, porque en definitiva, ¿qué son?, ¿qué es una biblioteca? Es el lugar de un sueño y de muchos sueños.”
Horas después, la biblioteca abrió sus sueños a los vecinos de ese barrio de clase trabajadora y pobre, cada día más pobre. Y la biblioteca, desde entonces y cada día, se llena de muchísimos lectores. Allí acuden a leer, a estudiar, a tomar prestados libros, discos, juegos y películas, a consultar en sus ordenadores, a admirar desde sus ventanales el paisaje luminoso del río Manzanares, que hoy está pavorosamente urbanizado pero que un día fue la hermosa pradera de San Isidro que Goya pintó. Quizá allí puedan olvidarse de sus vidas difíciles y soñar que es posible una vida mejor, más hermosa, más cultivada, mejor formada e informada, más delicada y más sensible. Algunos la alcanzarán y conservarán un hermoso recuerdo de aquellos años, de aquellos libros y de aquellos sueños que les hicieron superarse.

domingo, 27 de enero de 2013

MADRID HERIDO

Hace unos días una amiga americana, que volvió a Madrid después de bastantes años, me dijo que encontraba que la ciudad estaba peor que nunca. Yo me extrañé al principio al oír esta afirmación, y le recordé las mejoras de todo tipo que tenía la ciudad desde su última visita. Ella me lo aclaró: “es la gente que va por la calle, está triste, seria, preocupada, lúgubre. Ya no habla ni ríe como años atrás”. Hacía más de diez años que ella no venía y me pregunté qué es lo que había cambiado desde entonces.

Y han venido a mí los recuerdos de las calamidades que venimos sufriendo: el atentado de los trenes de Atocha, del año 2004; la desilusión reiterada de los sueños olímpicos ; los ataques nacionalistas del resto del país; la crisis económica del año 2008 y sus inacabables secuelas del paro y la pobreza; las deudas del Ayuntamiento; los pobres y los emigrantes sin futuro que pueblan nuestras calles; los desahucios; las empresas y las tiendas que cierran; los servicios públicos que no responden cuando más se necesitan. Y también está la impotencia y estupidez de los políticos que pueblan nuestra capital, que son la peor corrupción, lo que se une a su deshonestidad; el fraude de algunos ciudadanos se une a la desidia y la desmoralización de muchos funcionarios, que tanto abundan aquí. Y los madrileños vemos con claridad meridiana que el poder y el dinero campan a sus anchas; y nos lazamos a la calle a manifestarnos contra todo, cada vez con mayor frecuencia: el 15 de mayo en la Puerta del Sol, esa protesta que duró tantos meses; paros en la sanidad, protestas por la educación, los transportes en huelga; acudimos al Congreso a increpar a unos diputados idiotas y que no tienen vergüenza; en las fiestas nocturnas, hay peleas callejeras o algunos jóvenes encuentran la muerte por la codicia de unos viles.
Es verdad que leyendo los periódicos agoreros y paseando por las calles alteradas o grises, sólo parece que existen desgracias, problemas y tristeza, que ya no tenemos fuerzas para sonreír, bailar o beber, sino que sólo protestamos y estamos frustrados.

Pero no nos dejemos deprimir por las noticias en los medios. Porque hay mucho más. Si miramos atrás veremos que igual que esta ciudad hoy está triste y herida, también pasamos en Madrid tiempos peores, de odio y de guerra, de hambre y de postguerra, de crisis. Pero aquellos problemas quedaron atrás y las heridas sanaron. En el periódico leo un artículo denominado Unos americanos en Madrid, en el que se habla de los escritores americanos que situaron aquí sus novelas (Hemingway, Saul Bellow, Barbara Probst Solomon, John Dos Passos…). Algunos de ellos, como Jenny Ballou, vivieron el Madrid de antes de la República, que como ahora estaba plagada de protestas; otros como Dos Passos, sufrieron el Madrid asediado por la guerra y otros, como Hemingway, dejaron en sus obras la crónica de la postguerra.  El escritor Ben Lerner ha puesto de moda Madrid en Estados Unidos con su obra Saliendo de la estación de Atocha. El novelista Shteyngart piensa que en esta ciudad “la fiesta no es que no se acaba, es que es infinita”.
Hay días que uno siente que aquella fiesta hace tiempo que se acabó y que no se repetirá. Pero debemos mirar adelante. No hay nada escrito. El futuro que parece amenazarnos depende sobre todo de lo que nosotros hagamos. Salgamos a la calle, no sólo a protestar, sino a encontrarnos con los amigos, a pasear, a ver exposiciones, al cine o al teatro. Y si hace mucho frío siempre queda la fiesta interior, quedándose en casa leyendo un buen libro, escribiendo cartas a los amigos que están lejos o escuchando buena música.

jueves, 3 de enero de 2013

LLEGAN LOS REYES MAGOS

En Sr. Cunqueiro contaba en la radio, hace más de medio siglo,  que entre las urgencias de estos días no es la menor la que obliga a preguntar de cada y cuando por dónde andan los señores Reyes Magos de Oriente, si van subiendo, bajando, pasan un puente o coronan una colina, moran en almenado castillo a hacen noche en el campo, bajo una tienda de pieles. Fra Fabrizzi del Donatti vio una vez a los tres señores Reyes en el camino de Milán. Lo despertaron las luces y un perro que ladró. Brillaban en la oscuridad como lámparas encendidas los vasos de la mirra y el incienso, pero en las manos del Rey que llevaba el oro, nada relucía. Y el Rey que llevaba el oro se volvió a fra Fabrizzi y con ronca y emocionada voz, en la que más aún se traslucía la congoja porque tenía el dulce acento de la Levantía, le dijo: “Hermano, hermano, ten misericordia de mí”.

Por el camino de Milán, que es ancho y llano y cruza bosquecillos de álamos y castañares, iban en la noche los tres señores Reyes, y en lo alto la estrella. Cuando la estrella terminó el viaje, dícese que se soltó del terciopelo del cielo y, cayendo sobre el monte Ararat, donde posó el Arca de Noé, se rompió. Simón el Mago tenía una chispa de ella, tal un diamante, en un anillo, y a Luis XI de Francia un italiano quiso venderle un trocito de la estrella, un espejuelo, para que pudiera ver el ir y venir de la nobleza insurrecta. También a don Fernando el Católico, un lombardo que tenía tienda en Medina del Campo quiso venderle otro, pero por aquellos el rey de España no tenía suelto. Desde entonces, no se vuelve a hablar de esto.
Pero, ¿por dónde andarán ahora los Reyes, amigos? ¿Llegarán a tiempo a Belén? Quien pudiera, como fra Fabrizzi en el camino de Milán, verlos pasar por el silencio de la noche, unas alegres luces bajando hasta un puente de madera, y preguntarle a un paje que va retrasado –un pajecillo de oscuro rostro que viste una dalmática blanca, y si te habla se quita una gorrilla colorada, una monterilla con plumas, y va perfumado con agua de canela–;  preguntarle, digo, quiénes son aquellos altos, nobles y poderosos señores, y oírle ceceando que son don Melchor, don Gaspar y don Baltasar que van a Belén, y tú pasmas, porque aquel camino que pensabas que iba a Madrid o a Guadarrama, resulta que va a Belén, y miras la estrella en lo alto, caminera y dorada, y le agradeces la noticia al pajecillo, que ya se va corriendo, a tomar de nuevo la brida del palafrén de su señor…

Se acerca la llegada de los Reyes Magos, amigos. Para muchos, entre los que me incluyo, es la mejor de todas las celebraciones navideñas. Esta fiesta es la única magia y fantasía que los adultos en España se permiten celebrar con los niños. Yo sigo creyendo en ellos, a pesar del desengaño que me llegó a la edad de 9 ó 10 años. Y ojalá este año nos traigan los regalos de creer en el futuro de nuevo, y de poder amar a los demás y de confiar en nosotros mismos, pues necesitamos tales dones más que nunca para salir de la melancolía y de la crisis.
Todo esto se lo cuento, para invitarles a que festejen estos días, escriban las cartas, pongan sus zapatos velando su llegada y esperen regalos, y para que lo hagan creyendo en los Reyes magos o no, sean religiosos o ateos. Mientras esperan les invito a que visiten algunos de los belenes como los que estas navidades se exhiben en Madrid. Muchos de estos pesebres son históricos o artísticos, y constituye una feliz noticia que pueda contemplarse alguno en nuestra ciudad por primera vez. 
 
Me refiero al Belén Napolitano del siglo XVIII, en el palacio de Cibeles, que es novedad, y a los tradicionales Belén Napolitano del Príncipe, en el Palacio Real, y otros muchos como los Belenes del Monasterio de la Encarnación, del Monasterio de las Descalzas Reales y del Real Monasterio de Santa Isabel, y otras muchísimas iglesias y conventos. También están el Belén del Ayuntamiento de Madrid, que este año se encuentra en la casa del reloj de Arganzuela o del Museo de Historia. Merecen la pena.